Hace escasos meses tuve conocimiento del lanzamiento de la segunda edición de la campaña “Vive un Internet seguro”, en la que Google y la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), en colaboración con la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) y el Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE), pretenden conseguir que los usuarios conozcan y controlen más su seguridad y privacidad en la red, aunque centrando el foco en los menores y en las personas mayores. Mi mente trae a colación esta iniciativa, a raíz de una escena que tuve la oportunidad de presenciar antes de las fiestas navideñas y que relataré más adelante.
Fue el año pasado, alrededor de marzo, cuando se hizo eco de la encuesta que la OCU había realizado entre 529 usuarios de internet, a fin de saber su opinión acerca de cuestiones relacionadas con la privacidad de los datos personales, su cesión y posterior uso con fines comerciales. Lo que me interesa destacar de esta encuesta, es que un 88% de los usuarios manifestaba aceptar los términos y condiciones en internet sin leerlos, en otras palabras, no se leían los famosos «Aviso legal» y «Política de Privacidad«.
Que a los usuarios no les preocupan los datos de privacidad (para el 69%) o que se veían obligados a aceptar las condiciones impuestas por las empresas (para un 78%), son algunos de los motivos que explicaban esta conducta.
Se esperaba que esta situación se pudiera remediar con la entrada en vigor del Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) el 25 de mayo de 2018, me refiero a esa normativa que fue objeto de ingeniosos «memes«, a los que recurríamos para rebelarnos contra la cantidad «spam» o correos masivos que recibíamos por parte de las empresas, cuando éstas pretendían que aceptáramos los cambios que había sufrido su política de privacidad.
Sin embargo, a día de hoy, me atrevería a afirmar que una encuesta similar arrojaría resultados semejantes.
Escena real
Antes de seguir desarrollando ideas, considerando lo dicho respecto a los datos y la normativa anterior, me gustaría compartir una escena que tuve la oportunidad de presenciar, en la que un grupo reunido de cuatro jóvenes (seguramente amigas) decidieron comprarse unas botas de fiesta que se pondrían en año nuevo, a través de una tienda online. Las llamaremos Sonia, Prisca, Susana y Verónica, respectivamente.
La conversación que tienen las jóvenes mientras cada una recorre la página comercial desde su smartphone, y que a continuación recrearé resumidamente, es la que me motiva a escribir este artículo:
– Prisca: Chicas, ¿cómo vais con eso?, yo acabo de ver unas botas muy chulas, creo que me las quedo. ¡Voy a comprar ya!
– Susana: Yo ya me he pillado unas y estoy haciendo el pago.
– Sonia: A mí me cuesta decidirme, son todas muy bonitas, jo no sé. ¡Qué lío! Me las llevaba todas.
– Verónica: Oye, ¿habéis visto lo mismo que yo? A mí me sale una alerta de seguridad, de esas chungas. En plan…Que te pueden robar los datos, contraseñas y esas cosas. ¿Os aparece a alguna o solo a mí?
– Prisca: Yo ya compré, ni me he fijado. A ver, ¿en qué parte te pone eso?
– Susana: Anda tía, si nunca pasa nada, siempre me compro cosas en montones de sitios que te ponen eso y no suele pasar nada.
– Sonia: Sí tía, además, nada es seguro online hoy en día. Yo me cogeré mis botas y ya. No te comas el coco.
– Verónica: Pues a mi hermana ya le pasó algo, y no veas lo mal que lo pasamos intentando arreglarlo. Se levantó un día y ya no tenía dinero en el banco, ¡un susto vaya! Y menos mal que solo fue dinero tías, mejor prevenir que curar.
Observé cómo todas las chicas levantaron sus ojos de los smartphones clavándolos perplejas en Verónica, como queriendo decir: «de verdad te vas a quedar sin estas botas solo por eso?«
Esta escena podría ser otra forma de representación social, teniendo en cuenta los datos facilitados en párrafos previos. Es decir, en un grupo de cuatro chicas, solo una de ellas estaba realmente preocupada por su seguridad online y por lo que pudiera pasar con sus datos personales. La importancia de estas cuestiones es algo que, desafortunadamente, pocas personas se toman en serio.
Problemas de la era digital: de la opción a la necesidad
Resultaría cómodo concluir que nuestra seguridad online nos preocupa poco, pero también es cierto que el análisis de temas como este, no debe limitarse a una sola óptica. Hay que tener en cuenta otros factores que contribuyen a darle tan poca importancia a estos asuntos.
Vivimos en una sociedad cada vez más digitalizada y estamos en una era en que, a la par que el uso de la tecnología se hace obligatorio, es también descuidado. Actualmente, encontrar, por ejemplo, a una persona con acceso a internet y que no utilice alguna red social (y tenga la posibilidad de hacerlo) es casi como encontrar un unicornio.
Para ver la dimensión de esto, te propongo que pienses en el número de personas que conoces y que no disponen de alguna red social (pudiendo tenerla) y que lo compares con la suma de conocidos que tienen alguna.
Según el Estudio Anual de Redes Sociales realizado por Iab Spain (2019), un 85% de los internautas de 16-65 años utilizan redes sociales, y estos representan más de 25,5 millones de usuarios en España, son más de la mitad de la población española. Esta cifra es considerable, teniendo en cuenta que algunos grupos de la población tienen restringido o vetado el acceso a internet (ya fuera por su edad o por otros factores).
Si no dispones de un perfil en Facebook, tendrás Instagram, Twitter, LinkedIn, Whatsapp u otra red social. Hasta cierto punto, no tener alguna red social puede ser casi como no existir. A través de las redes sociales, hemos pasado de solo conectarnos con nuestros allegados, a conectarnos con el mundo, a trabajar, a realizar compras, a divertirnos y demás.
Al citar solo el ejemplo del número de personas que utiliza las redes sociales, quería que pudiéramos imaginar la envergadura de todo esto y analizar la raíz de nuestro descuido desde otra perspectiva.
Lo que quiero decir es que, algo como tener una red social va dejando de ser una opción para convertirse en una necesidad (si es que aún no lo es) para una gran parte de la población. Unos han hallado en las redes sociales su forma de vida y para algunos es incluso una fuente de ingresos (podemos citar aquí a los influencers).
Si os dais cuenta, también podría haber dicho «tener un smartphone« en lugar de decir «tener una red social» se ha convertido en una necesidad. En consecuencia con esto, es importante tener en consideración las advertencias provenientes de diferentes organizaciones sobre la tendente dependencia tecnológica y a internet que desarrollamos y, concretamente, la dependencia de las redes sociales.
Ahora bien, cuando algo que te ofrece una empresa (llámalo red social, llámalo videojuego o llámalo como quieras) deja de ser una opción y pasa a ser una necesidad para ti, difícilmente podrás renunciar a ello.
Para ilustrar gráficamente la idea voy a poner un ejemplo:
Si un día Whatsapp te anunciara que va a realizar cambios en su política de privacidad y que tú debes aceptarlos para seguir usando la aplicación, aunque tú seas consciente de que esos cambios son perjudiciales para ti, al ser una aplicación sin la que ya no puedes funcionar, lo más seguro es que acabes aceptando su política de privacidad pese a serte desfavorable.
¿La ley es la solución?
En la práctica, dejar de utilizar la aplicación sería una opción factible y viable si todos tus contactos también decidieran hacer lo mismo, pero no es lo que suele pasar. A la mayoría de las personas les resulta más fácil aceptar esa «pequeñez que chirría» (y que hagan lo que quieran con sus datos) que, por ejemplo, cambiar de golpe la dinámica de su vida conectada con otras vidas. Con razón los usuarios de la encuesta realizada por la OCU manifestaban como uno de los motivos para no leer la política de privacidad el sentirse obligados por las empresas.
Muchos estamos tan acostumbrados a que no pase nada, a sentir que no tenemos elección o encontrar consuelo en la idea de que todos hacemos lo mismo, que algo como leer una política de privacidad o hacer caso a las alertas de seguridad de una página web, se convierten en una pérdida de tiempo o en cosas totalmente banales. Cuando esto pasa, indirectamente se manifiesta también la limitación legal. Pues, aunque la ley pueda obligar a que se nos informe sobre ciertas cuestiones y nosotros podamos considerar si las aceptamos o no, el control de nuestros impulsos y la capacidad de ponderar pros y contras, no deja de ser nuestra responsabilidad.
Si una empresa deja de hacer aquello que la ley le obliga seguramente tendrá que responder por ello. Pero, nosotros como individuos debemos decidir previamente si nos conviene más comprar determinadas cosas en ciertas páginas (sabiendo el riesgo que corremos) o no; y si nos es preferible asumir el coste de no usar una determinada red social o no, por poner algunos ejemplos.
La ley puede prever la solución de un mal resultado, pero practicar la prudencia y evitar el daño no siempre está fuera de nuestro alcance. No es necesario que pasemos malos tragos para aprender sobre la importancia de la seguridad online. Por tanto, te animo a echar un vistazo a iniciativas como la que inicia este artículo y las compartas para concienciar a más gente.
Aunque la imperfección de la condición humana sea incesante y procurar su remedio sea tarea difícil, no podemos dejar de intentarlo.
Interesante, yo siempre le daba si
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