Publicado por Jessica García Luna.
Segunda parte del artículo colaborativo entre Edgar Artacho y Jessica García: «La prisionización y el clima social penitenciario».
Puedes leer la primera parte en este enlace.
¿Qué es el ambiente penitenciario?
La moderna concepción de Instituciones Penitenciarias ha surgido como reacción a los planteamientos más tradicionales de la rehabilitación social, la cual concebía que el delincuente era un “enfermo a curar”. Hoy en día, se ha prescindido de esta concepción (tanto individualista como medicalizada), para ampliar su visión hacia una perspectiva más comunitaria, que observa la conducta delictiva como resultado también de influencias ambientales, y no solo de la historia del individuo. Por lo tanto, las prisiones van a convertirse en espacios de interés para el control del comportamiento.
Este planteamiento va a basarse en lo que se denomina “escenario de conducta” que proviene de definiciones de la psicología ambiental, cuyo máximo exponente es el psicólogo social Roger Barker (1903-1990), una de las figuras más destacadas en relacionar el desarrollo del comportamiento a las características de su entorno. Consideraba que el escenario de conducta era una unidad con elementos físicos, psicológicos y temporales que configura una conducta compleja con distinciones individuales. En principio, este planteamiento no estuvo diseñado específicamente para su aplicación a las prisiones, pero es evidente que su influencia ha sido decisiva para que otros autores despertaran su interés en las características ambientales penitenciarias.
Así, y extrapolándolo al tema de este artículo, la institución penitenciaria va a convertirse en el escenario en el que internos y funcionarios interactúan para alcanzar ciertos objetivos formales e informales (cumplimiento de condena, desarrollo de actividades, aplicación de sanciones, convivencia adecuada…). Por lo tanto, el objetivo de la psicología penitenciaria también pasa por la evaluación adecuada de este clima social para la consecución de una meta última, que es la reinserción.
¿Cómo se configura este ambiente penitenciario?
La prisión es un escenario de conducta bastante particular, ya que los internos son obligados a vivir forzosamente en un ambiente estructurado y con una normativa más rígida que en condiciones de libertad. Por este motivo, autores como Thomas y Poole relacionan la excesiva institucionalización de la prisión con el desarrollo de la prisionización, y esto constituye un elemento negativo al correcto desarrollo del tratamiento. Parece evidente entonces, que establecer un buen clima penitenciario ayudará al desarrollo de objetivos.
Ya Glasser en el siglo pasado constató que existía una fuerte influencia de factores arquitectónicos en la prisión.
Por ejemplo, observó que los internos que ocupaban celdas individuales sentían mayor interés por las actividades del régimen.
Por otro lado, está también estrechamente vinculado a factores psicosociales, según autores como Garrido Genovés, debido a que existen dos colectivos enfrentados: el colectivo de prosocialización (funcionarios), que trata de imponer disciplina a la vez que busca objetivos de tratamiento en sentido amplio; y el colectivo de prisionización, que, como veíamos en el anterior artículo, es el proceso por el cual el interno se adapta al propio rol de interno, con una connotación negativa dado que se enfrentan constantemente a la autoridad, y que no todos desarrollan.
Para reducir las conflictividades mencionadas, se recomienda realizar un estudio exhaustivo de la organización pero también tener en cuenta los deseos, motivaciones y características de personalidad de los propios internos, dado que su percepción hacia la institución también va a constituir otro factor que determine el buen clima penitenciario. Hay que tener en cuenta que la prisión, al ser un sistema cerrado, produce importantes cambios cognitivos en los internos, y que eso puede tener como resultado una mala adaptación a un ambiente que ya es de por sí exigente a consecuencia de esa perspectiva retributiva de la que la prisión no se ha desprendido.
¿Hay alguna forma de anticipar el desarrollo de un mal o buen clima social?
Como hemos visto hasta ahora, es absolutamente imprescindible para desarrollar un buen clima penitenciario que exista cierta congruencia entre los objetivos de la institución (incluyendo elementos organizacionales y físicos) y las motivaciones de los internos. Así, es posible identificar ciertos elementos en el día a día que nos pueden indicar si se está desarrollando un mal clima penitenciario, que van a recibir el nombre de “indicadores de conflictividad”. Algunos de los más comunes son los siguientes:
- Aplicación del artículo 75 RP: las limitaciones regimentales recogidas en dicho artículo se realizan por motivos de protección personal (por ejemplo, en el caso de Ana Julia Quezada) o por seguridad del establecimiento (por ejemplo, un interno bastante conflictivo). Es lógico que el cambio de régimen para ciertos internos puede aumentar las tensiones entre diferentes colectivos.
- Aplicación del artículo 10 LOGP: consiste en la aplicación del régimen cerrado a internos especialmente peligrosos o inadaptados a los regímenes ordinario y abierto. Cuantos más internos en régimen cerrado, existirá mayor tensión y agotamiento laboral de los funcionarios debido a las estrictas normas a llevar a cabo con estos internos.
- Faltas disciplinarias: el aumento de faltas se correlaciona positivamente con la conflictividad. Algunos autores como Bardisa y Garrido Genovés han creado un índice de proporcionalidad:
I= Nx1000/ I
Siendo N = número de faltas mensuales sancionadas
I = contingente de internos promedio
Este índice permite no solo establecer un control cuantitativo de las faltas, sino que también permite establecer cambios regimentales con el objetivo de reducir la tasa.
- Autolesiones: la entrada a prisión supone un fuerte shock emocional que lleva a intentos autolíticos en algunos casos. La configuración de un ambiente penitenciario respondiente ante las demandas emocionales de los internos reducirá la tasa.
Por otro lado, también nos encontramos con “indicadores de aceptación” del medio penitenciario, como puede ser la participación activa en las actividades regimentales. No olvidemos que el tratamiento concebido bajo el Reglamento Penitenciario recoge una concepción bastante amplia, no solo de carácter terapéutico sino también educativo, deportivo, religioso, cultural, entre otros. Tal y como establece la Instrucción 12/2006:
«Potenciar las actividades y suscitar el interés de los internos en el valor de la cultura y la educación van a ser objetivos de la institución penitenciaria para mejorar la participación en el régimen, teniendo en cuenta las propias necesidades los mismos.»
¿Es posible medir el clima social penitenciario?
Hasta ahora, hemos podido dilucidar que la Institución Penitenciaria española sí que se preocupa en cierta medida del clima social penitenciario y está siendo capaz de establecer un equilibrio entre la participación y visión comunitaria con el cumplimiento de una pena privativa de libertad. No obstante, esto no siempre ha sido así.
El autor Moos, en los años 50-60, mostraba una gran preocupación sobre el descuido que se había tenido acerca componente ambiental en las prisiones hasta ese momento. Creó en 1968 la escala de clima social CIES para establecer qué áreas se enfatizan dentro de prisón, la congruencia entre funcionarios e internos y si los funcionarios crean un buen ambiente. A pesar de las limitaciones y problemas psicométricos que se le atribuyen, supuso el impulso al desarrollo de otra serie de instrumentos más perfeccionados como el Inventario de perfil de la prisión de Toch (1977), que evalúa el impacto del escenario penitenciario en individuos concretos, o el Child Care Work Questionary de Rousch (sin fechar), que mide la percepción de los jóvenes en correcionales, entre muchos otros.
Conclusión
Como hemos observado, alcanzar un buen clima penitenciario depende del establecimiento de una organización institucional no basada en la restricción excesiva, sino abierta a la comunidad y que se centre en la participación de los internos, estrechando lazos entre internos y funcionarios para conseguir un respeto mutuo; y por otro lado en responder a las necesidades tanto físicas como psicológicas de los internos (cumplir con el principio celular, establecimiento de módulos según las necesidades terapéuticas, atender a las peticiones y quejas…). De esta manera, se reducirán procesos sociales negativos, como la prisionización.
[…] Puedes leer la segunda parte en este enlace. […]
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